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El general Sir Danvers Carew
y su hija Muriel
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regresaron a Londres
después de un mes en Bath.
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Ven aquí.
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Siéntate para que pueda verte, cariño.
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- Dilo en voz alta.
- ¿De qué estás hablando?
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¿No crees que puedo leer
tus pensamientos, ramera?
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Me odias, ¿verdad? ¡No soy bueno para ti!
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No soy un caballero
bueno y generoso como...
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Esos caballeros buenos y generosos
que dan gusto mirar y tan...
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¡Cobardes! ¡Debiluchos!
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Dime que me odias. Por favor, corderita.
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Mi querida, dulce y bella pajarita,
dime que me odias.
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- No sé de qué estás hablando.
- ¿No lo sabes, corderita?
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- ¿Entonces no me odias?
- No.
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Si no me odias, debes amarme.
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- ¿No es así, chiquita? ¿No es así?
- Sí.
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Cómo debes amarme. Quiero oírtelo decir.
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- Dilo. Vamos, mi mujerzuela. ¡Dilo!
- ¡Sí!
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Claro.
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Te tengo malas noticias, querida.
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Muy malas.
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Me iré por unos días.