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- ¿Por qué no?
- No lo sé.
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No se puede intimar bruscamente.
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Puedo irme a Inglaterra con usted
y todo eso, pero...
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Siempre digo
que no hay que dejar cabos sueltos.
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Y eso es lo que ocurre con el trato.
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Suponga que lo veo el año que viene
y digo:
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"¿Qué tal, Sr. Preysing?"
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Y usted dijera: "Esa joven
fue mi secretaria en Manchester".
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Eso es de lo más correcto.
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Pero suponga que lo viera y gritara:
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"¡ Eh, cariño!
¿Te acuerdas de Manchester?"
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Y que usted fuera con su mujer.
¿Le gustaría?
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Dejemos a mi mujer al margen,
Flaemmchen, por favor.
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- Lo siento.
- No quise decir eso.
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Está muy delgada, ¿no?
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- ¿Eso cree?
- ¿ Va a ser amable conmigo?
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Sí.
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- ¿Muy amable?
- Es lo que espera, ¿no?
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Le gusto un poquito, ¿verdad?
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Sigue siendo un extraño para mí,
pero no importa.
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Es usted, barón.
¿Qué hace en esta habitación?
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- ¿Es su habitación, Preysing?
- Sí, es mi habitación.
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Lo siento. Me habré equivocado.
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Veremos si se ha equivocado o no.
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Esa puerta está cerrada, barón.
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Sí. Vine por aquí.
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Venga. Quiero esa cartera.
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- ¿Qué quiere decir?
- Quiero esa cartera. ¡Démela!