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- Me quejaré con sus niñeras.
- No fue su culpa. Es que...
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- Gracias. Eres muy amable.
- Veo que le gustan los niños.
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- ¿Tiene hijos?
- No.
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- Debo irme.
- Aún no sabe si se hizo daño.
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No se preocupe por mí.
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Yo podría ser su padre.
Ellos no son lo que solían ser.
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- ¿Quiénes?
- Los niños.
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Me avergonzaría
no poder lanzar mejor el aro.
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Nunca me importó. Crecí en el campo.
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- Yo también. ¿Dónde?
- En Devonshire.
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¿Devonshire? ¿Qué parte?
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- Viví con unos primos cerca de Exmouth.
- Conozco Exmouth muy bien.
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- Quizá los conozca.
- Su apellido era Ullswater.
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No se vaya.
La conversación está interesante.
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¡Basta, niños maleducados!
¡ Es una vergüenza!
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¡Cómo se atreven!
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Pobrecillos. Me gustaría
que conocieran Devonshire.
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Sí, una ribera verde para rodar
y un poco de barro.
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- Bueno, gracias por su amabilidad.
- ¡ Una juguetería!
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- ¿Disculpe?
- Algo con qué jugar.
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Hay una juguetería enfrente.
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¡Qué buena idea! Se ven tan tristes.
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Usted deberá venir también.
Quiero decir, ésa es la idea.
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Los niños se entienden mejor
con las mujeres.
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Correrían un kilómetro
si tan sólo los llamara.
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Me gustaría verlos disfrutar, pero...
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- ¿Qué se lo impide?
- Mi esposo salió...
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- y no regresará hasta la hora del té.
- A esa hora estará de regreso.
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No quiero parecer tonta,
pero no lo conozco.
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Así es la caridad, señora.
No sabe de convencionalismos.
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Los niños que están en la calle.
Vengan. No teman.
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Tengo algo para ustedes.
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¿Les gustarían algunos juguetes?
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Es una pena que no puedan entrar
a la plaza.
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- Este caballero pensó...
- Allá hay una juguetería.
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- Trompos o, si prefieren, aros.
- Crucemos, ¿sí?