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Nunca salen,
y no reciben a nadie.
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Hélène, esa chica es maravillosa.
Debo verla otra vez.
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Tienes que darme esta oportunidad.
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Lo pensaré, con una condición:
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Tienes que dejar de acosarla
con tus insinuaciones.
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Me estás causando problemas.
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Se han quejado, me han escrito.
Si quieres pruebas...
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aquí está la carta.
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Es de Agnès. Léela.
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Su letra es como ella...
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sin pretensión, infantil y noble.
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Es como el zapato de Cenicienta.
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Si encontrase una carta así
en la calle,
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intentaría encontrar
a la chica que la hubiera escrito.
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¿Eso es la única reacción
que te produce esta carta?
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Les dejaré en paz, lo prometo.
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Pero prométeme que
me dejarás verlas otra vez.
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¿En qué lío me estás metiendo?
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¿Por qué me pones en esta
situación insostenible?
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¿Acaso es asunto mío, si la amas o no?
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Resuelve tus asuntos del corazón
por ti mismo.
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¿Te imaginas las consecuencias
de mi amabilidad
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si esas buenas mujeres supieran que
te ayudé a cumplir tus caprichos?
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Hélène, no lo entiendes.
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Esto no es un mero capricho.
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Te quiero demasiado como para
implicarte en un banal affair.
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No, Hélène.
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La amo.
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Estoy perdiendo la cabeza.
Soy capaz de cualquier cosa.
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La cara de Agnès la siento
en el pecho como una herida.
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La veo en mis sueños
y sueño con ella despierto.
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Voy por la calle pensando en cómo...
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derribar su puerta,
asaltar la barrera que ha levantado,
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para gritar el dolor que siento.