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Un día, por casualidad,
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el maestro rompió la tiza
y la tiró por la ventana.
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Cayó al lado de un lápiz
al que la tiza admiraba.
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Para una tiza,
un lápiz es muy especial.
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- ¿Y qué creen que ocurrió?
- ¿Qué ocurrió?
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¿Hemos perdido el juicio?
:10:22
¿Van a escucharle con los niños?
¿Qué les pasa?
:10:25
Ya basta, Hans. Ni una palabra más.
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Niños, coged los libros
y regresad a la escuela. Deprisa.
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Seguid al maestro.
Que nadie abra la boca.
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Hans, quédate en tu taller.
Vámonos, caballeros.
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No niegues con la cabeza
como una anciana, Peter.
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- Lo siento en el cogote.
- Date la vuelta. Tengo que hablar contigo.
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¿Has oído la historia de la anciana
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que negaba tanto con la cabeza
que se le cayó en la mesa?
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¿Por qué te empeñas
en meternos en problemas?
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No hay problema que no se pueda
solucionar con una buena historia...
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como ésa de la tiza y la pizarra.
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No sabía qué iba a decir
hasta que lo he dicho.
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De hecho, quisiera saber
cómo acaba la historia.
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Quédate en el taller
y no les cuentes cuentos a los niños.
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Te preocupas por nada, Peter.
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¿Quieres preocuparte con razón?
Pues escúchame.
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Hace dos años, te saqué del orfanato
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y les prometí que serías un buen zapatero.
Dos años enteros.
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Mira ese zapato: todo manchado de cola
y los clavos, torcidos.
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Dos años de aprendiz
y no sabes clavar un clavo.