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-¿No hay...?
-No te metas.
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-Podrías comprarte...
-No tengo con qué.
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-No me grites.
-Me sacas de quicio.
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Si es así, vete.
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Si quieres, puedo dejarte algo.
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Deshonroso.
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-Pero, ¿qué dices?
-¿Lo que digo!
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No te metas en mis cosas.
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No aceptaré tu generosidad,
punto.
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Tú siempre tan quisquilloso.
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Por una vez,
intenta verlo de otro modo.
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¿Por qué no puedo dejarte dinero?
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Juegas con ventaja,
quieres hacérmelo pagar.
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¿Hacerte pagar el qué?
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No finjas, se te da muy mal.
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¿Lo dices porque me dejaste?
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¿No ves que te lo agradezco?
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-¿Qué?
-Te lo agradezco, sí.
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Cuando me dejaste,
por fin encontré la tranquilidad.
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Mi vida fue mía.
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Dejé ese circo horrible
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al que odiaba
y que me asustaba.
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Todos esos locos
siempre gritando,
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las idas y venidas,
las pulgas,
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la miseria, las enfermedades
y no sé qué más.
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Mejor no saberlo.
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Ahora estoy contenta.
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Y te lo agradezco.
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¿Vamos al salón?
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Vaya.
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-Eres una mujer muy eficaz, Agda.
-Menos mal que lo reconoces.
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-También lo pasamos bien.
-¿Qué?
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Cuando estabas en el circo,
hasta que heredaste la tienda.
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No quería
que entrenaras a los niños.
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Pasaba frío y tenía miedo.
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No, fueron años muy duros,
Albert.