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Sra. Salem.
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Ya está aquí.
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- ¿Cómo se encuentra?
- ¿Dónde estuvo?
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- Esquiando.
- ¿Con quién?
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- Con nadie.
- ¿Qué es eso?
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La manicura.
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- Dígame su nombre.
- Eben.
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No debe comprometerse
con un tipo así.
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- ¿Ah, no?
- Jamás.
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¿Qué tipo me convendría?
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- No estaré siempre con el sarampión.
- Se ve que ya está Ud. mejor.
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- Ya verá cuando volvamos.
- No le comprendo.
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¿Qué dice?
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- ¿Es fea su mujer?
- No, estoy orgulloso de ella.
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- Muy bonito.
- Es la verdad.
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- ¿Por qué se portó así?
- ¿Cómo?
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- ¿Por qué me invitó aquella noche?
- Porque Ud. es muy bonita.
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- Ya lo sé.
- Además, estaba de muy mal humor.
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Mi hija se había escapado
para casarse.
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- ¿Qué hay de malo en eso?
- No me gusta él, es bailarín.
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- Puede que le conozca.
- Se llama Martínez.
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Lo leí:
"El arte se une al dinero".
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- Se equivoca.
- ¿Cómo?
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- La he desheredado.
- ¿Desheredado?
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Los pobres no se dedican
a desheredar a sus hijos.
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- ¿Cómo? Si no tienen nada.
- ¿Qué ha dicho?
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Los pobres no tienen bienes
para pasar a sus hijos.
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No tiene nada que ver.
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Mi madre, aunque no tuvo fortuna,
jamás me hubiese desheredado.
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¿Le molestaría estar calladita?
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No. Detesto hablar.