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¡El testamento!
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¿Queréis obligarme a leerlo?
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Rodead el cadáver y os mostraré
al que hizo el testamento.
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- ¿Me dais permiso para descender?
- ¡Sí!
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Si tenéis lágrimas,
disponeos ahora a verterlas.
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Conocéis este manto.
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Recuerdo cuando César
lo llevó por primera vez.
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Fue una tarde de verano,
el día que venció a los Nervos.
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¡Por aquí penetró el acero de Casio!
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¡Mirad la brecha
que abrió el malvado Casca!
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¡Por ésta otra le hirió
su muy amado Bruto!
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¡Y al retirar su maldito acero
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la sangre se lanzó en pos suyo,
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para asegurarse si era él
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quien con tal saña la abría!
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Pues, como sabéis,
Bruto era el ángel de César.
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¡Juzgad con qué ternura le amaba!
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¡Ese fue el tajo más cruel de todos!
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¡Cuando César vio
que también él le hería,
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le venció la ingratitud,
más potente que la traición!
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¡Entonces estalló su corazón,
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y cubriéndose el rostro con el manto,
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a los pies de la estatua de Pompeyo,
inundada en sangre,
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el gran César cayó muerto!
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¡Qué fatal caída,
mis nobles compatriotas!
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¡En ese momento yo,
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vosotros y todos
caímos con él,
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y triunfó la sangrienta traición!