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Las púas están un poco separadas...
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pero es todo lo que pude hacer
con un cuchillo.
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- ¿De veras le gusta, señora?
- Ay, sí.
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Pero, vera...
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no usamos peines.
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Tenemos el pelo muy corto.
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¿De veras?
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Desde el día en que hacemos los votos.
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Eso le demuestra lo tonto que soy.
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Supongo que puedo usarlo
para peinarme la barba.
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Sr. Allison,
¿puedo quedármelo como recuerdo?
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Claro.
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Siempre lo conservaré.
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Seguro que su cabello era largo,
rubio y ondulado.
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No le molestó cortárselo todo, ¿eh?
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No fue un gran sacrificio.
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Señora...
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suponga que una monja
cambiara de opinión.
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Ya sabe, que ya no quisiera ser monja.
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¿Qué podría hacer?
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Nuestros votos son algo serio,
Sr. Allison.
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¿Ninguna monja pudo salirse?
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Ha ocurrido antes, pero es raro.
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Si las razones son
verdaderamente serias...
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Su Santidad en Roma
concede a veces una dispensa especial.
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Es un permiso del Papa.
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Sin ella, es como si un marine
se rajara, ¿eh?
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- ¿Qué?
- La deserción.
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Peor. Mucho peor.
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No la fusilarían.
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Perderíamos nuestras almas inmortales.
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Pero algo así es inconcebible...
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porque nos dan tanto tiempo
para hacer lo que nos dice el corazón.
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¿Sí?