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El nuevo inquilino no era de aquí.
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Venía de otra ciudad.
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Por aquí señor. Entre.
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Puesto que no regateó en cuanto al alquiler,
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la abuela lo acogió sin investigarle.
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Solamente cuando él se presentó,
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la abuela tuvo sospechas y dijo:
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¿Cómo es él, Natalia?.
¿Es joven?.
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Para no mentir, le dije:
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No es exactamente ni joven,
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ni viejo, abuela.
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¿Es atractivo?.
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¡Dios mío!.
¿Quién lo habría esperado?.
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Un inquilino que es también atractivo.
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Eso nunca ocurría en mis tiempos.
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¿Qué haces ahí parada?. ¡Apresúrate!.
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Ve a mi habitación y tráeme las cuentas.
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¡Enseguida!. ¡Ve!. ¡Ve!. ¡Ve!.
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Me olvidé del imperdible.
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Me sentí tan avergonzada que
tan pronto como salí de la habitación
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rompí a llorar como una idiota.
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Desde ese día, tan pronto como
oía ruido en el vestíbulo
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deseaba morirme.
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Pensaba siempre..
¡Es él!.
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Una mañana,
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cuando me aseguré de que él no estaba,
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con la excusa de arreglarla,
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entré en su habitación.