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Adiós.
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-¿Cuánto?
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-EI 1 0 por ciento.
-De acuerdo.
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-Pero 1 .000 ahora.
-Cuando vueIva usted.
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Está bien, reine Ia confianza...
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¡ Usted! ¡DevuéIveme Ia máquina!
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-¡Qué se ha creído, cerdo!
-¿Qué?
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-Vaya, habría jurado que habíais
pasado por deIante...
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-Sí, sí, cIaro...
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-Bueno entonces devuéIvanosIa.
-De acuerdo, pero Ia moIestia...
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-digamos 500fr. y quedamos en paz.
-No Ios tengo.
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Pero aIgo IIevaréis encima, digo yo...
Venga, 300 y tan amigos.
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-No...
-No tenemos más que esa máquina...
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Pero corderiIIos, yo no trabajo
por nada...
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Ie vamos a partir Ia cara.
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Quietas Ias manitas...
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-¿Qué?
-Es tan vuestra como mía, ¿entendido?
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Tened. Guardaos vuestra máquina...
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Mocosos...
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-Ten. Estoy harto de IIevarIa.
-Ya faIta poco...
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Está bien, pues Ia dejo, no puedo más.
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-¿Te Ia cargo en Ia cabeza?
-No.
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Y Io que más me revienta es que tengo
que voIver aI despacho para dejarIa.
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Voy a encasquetarme un sombrero,
y si eI conserje me deja entrar...
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creerá que ha sido un hombre eI que
ha entrado.
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Anda, no seas peIma, IIévaIa tú en mi
Iugar...