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¡Vas a coger frío!
Usa tu pañuelo.
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- No tengo.
- Pues usa el mío.
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- ¿Qué escondes?
- Nada.
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- Vamos a ver.
- ¡Para, me haces daño!
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- ¿Qué es esto?
- Un anillo.
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Ya sé que es un anillo.
¿Quién te lo ha dado?
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El hombre con el que me voy a casar.
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¡Estúpida golfilla!
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¿Te refieres al marinero ése
con el que andabas?
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- ¿Te ha pedido en matrimonio de verdad?
- Sí. Ya es como si estuviésemos casados.
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¿Sabes qué habría que hacer con esto?
¡Tirarlo a la basura!
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¡Si pudiera, te mataría!
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¡Bueno, casi lo consigues!
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Ay, Jo. ¿Por qué no aprendes
de mis errores?
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Lleva media vida aprender de
los de una misma.
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¡Ay, menuda cosa!
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Me doy la vuelta un segundo, y ya has
arruinado tu vida con ese marinero.
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No te preocupes, Helen. Se ha ido.
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No creo que le vuelva a ver en meses.
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Ay, Jo, cariño.
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Eres muy joven.
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Disfruta de la vida.
No te dejes atrapar.
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El matrimonio puede ser
mortal para una niña.
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Déjame otra vez tu pañuelo.
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- ¿Y tu marido?
- Afuera, esperando por mí.
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Ay, mira.
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Otra arruga, qué horror.
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- ¿Helen?
- ¿Sí?
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¿Cómo era mi padre?
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- ¿Quién?
- Mi padre.
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Ah, él.
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¿Tan horrible era que no puedes
contarme nada de él?
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No era horrible.
Un poco simple, nada más.
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- ¿En serio?
- Claro que sí.
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¡Mientes!
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¿Ah, sí?