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Tranquila, Roma,
sólo he venido para hablar.
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No pienses cosas raras.
- ¿Para hablar?
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Pues date prisa.
- ¿Por qué no entramos?
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- Por que está mi hijo.
- Estarás contenta.
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Y pensar que yo casi tenía
su edad cuando me lié contigo.
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- Mi hijo es un ángel.
- Yo era un chiquillo.
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No tenía nada de malicia.
Mi madre siempre decía que...
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yo era el mejor de la casa.
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En cambio no he hecho más que
darle disgustos. Todo por tu culpa.
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Una lágrima furtiva.
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¿Quieres que te dé?
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¡Qué te mato!
¡Atrévete a cantar otra vez!
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Acabo de volver de la luna de miel
y ya han empezado los problemas.
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Acaba de una vez,
dime de qué se trata.
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Nada, una tontería, ya sabes.
Que mi suegra me prometió que...
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se ocuparía de mí, pero no.
Me he encontrado con tres amigos.
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Tres paletos. Y me han dicho
si quiero ponerme a vender ganado...
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con ellos. Caballos, alguna vaca.
Ellos están haciendo ese negocio,
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así se han hecho ricos.
Compran el ganado muy barato.
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Luego lo matan a escondidas
y venden la carne en Roma.
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Ya comprendo.
¿Cuánto necesitas?
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Ya sabes que no tengo dinero.
- Doscientos billetes.
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¿Y dónde encuentro eso? ¿No sabes
que he gastado todo el dinero...
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que tenía en la casa y en la
licencia para el puesto en la plaza?
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¿Me quieres tomar el pelo?
Ya veo que no me has entendido.
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¿Tengo que enseñarte yo
la forma de ganar la pasta?
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¿Es que ya se te ha olvidado?
- ¿No tienes bastante?