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Debe pensar un poco en eso, señor.
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¿Qué será de ella si la dejamos
en los suburbios, Sra. Pearce?
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Eso es cosa de ella, no suya, Sr. Higgins.
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Cuando acabe, se marchará.
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Y volverá a ser cosa suya.
Así está bien, ¿no?
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¡No tiene corazón!
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No le importa nada que no sea usted.
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Ya está bien. ¡Me voy!
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¡Debería darle vergüenza!
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Tómese unos bombones, Eliza.
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¿Cómo sé qué llevan dentro?
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Hay mujeres que han sido drogadas
por tipos como usted.
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La garantía de la buena fe.
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Yo me tomo medio.
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Y usted el otro medio.
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Tendrá cajas, toneladas, todos los días.
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Podrá alimentarse a base de bombones.
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No quería, pero como soy muy educada
no me lo he sacado de la boca.
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Piénselo, Eliza. Bombones, taxis,
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oro y diamantes.
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No quiero ni oro ni diamantes.
Soy una chica decente.
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Higgins, debo intervenir.
La Sra. Pearce tiene razón.
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Si esta chica se pone
en sus manos durante seis meses...
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para un experimento pedagógico,
debe entender bien qué está haciendo.
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Se quedará aquí los próximos seis meses...
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aprendiendo a hablar de maravilla,
como una dama de una floristería.
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Si es buena y hace lo que se le dice,
dormirá en una habitación decente,
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tendrá toda la comida que quiera
y dinero para bombones y taxis.
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Pero si es traviesa y vaga,
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dormirá en la cocina
rodeada de cucarachas...
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y la Sra. Pearce le sacudirá
con el palo de la escoba.
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Dentro de seis meses,
la llevaremos al Palacio de Buckingham...
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en un carruaje, elegantemente vestida.
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Si el rey descubre que no es una dama,
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la policía la conducirá a la Torre
de Londres y le cortarán la cabeza...