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Mi señor no quiere saber
nada más de este asunto.
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¡Esto es un insulto!
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¡No necesito su generoso donativo!
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¡Me está insultando!
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Empecé a reclamar mis derechos,
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considerando mi buen nombre
y mi buena profesión.
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Comencé los procedimientos.
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El tribunal de Sevilla
declaró a Moro inocente.
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Hemos de pagar los honorarios de la corte
que ascienden a 600.000 piástras.
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No recibimos justicia alguna.
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Seis años perdidos.
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¿Y los dos millones se
supone que son míos?
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¡Eso es una infamia!
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Apelad.
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Ya lo ves, hijo mío, tengo buenas
razones para prohibirte...
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cualquier contacto con
la casa del banquero Moro.
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¿Y qué pasó después?
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Me despedí y...
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llené mi carruaje de historias
románticas que había comprado en Cádiz,
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y partí hacia Madrid.
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Sírvame algo más de este
mejunje, buen hombre.
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Noto cómo me vuelven las fuerzas.
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Las historias sentimentales me
habían ablandado tanto que
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nada más llegar me enamoré perdidamente,
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aunque desconocía al objeto de mi deseo.
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Lo lamento.