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Señora.
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¿Por qué utilizáis a un hombre
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cuya insolencia me disgusta
sobremanera,
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para enviarme vuestra carta?
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Escribí esa carta para mi propio
placer y ese sinvergüenza la robó.
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Desde que vine a Madrid,
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ha estado atormentándome
como un espíritu maligno.
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No creo que pueda molestaros
con esta tontería.
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¿Y qué le gustaría saber ahora, señor?
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Señora, desearía saber quién sois vos
y vuestro nombre.
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Soy hija de un hombre tan
rico como pueda serlo vuestro padre,
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el banquero, Moro.
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La maldición de mi vida.
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No puedo pensar en vos bajo la amenaza
de la maldición de mi padre.
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Cruzó muchos mares antes de
establecerse como comerciante en Cádiz.
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En Cádiz.
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No le creáis
y que eso no os descorazone.
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Esos pequeños herederos
son duros de pelar,
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pero más tarde o más temprano,
llegará su turno.
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¡Asustaréis a mi perro, entrometido!
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Ahora sólo me queda la muerte.
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¡Rayo! ¡Golpéame!
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No tengáis miedo.
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Inés os ama más que a su vida.
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¿A mí?
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Quiere que os encontréis con ella en
este mismo lugar a la puesta del sol.