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A los tres meses, ya tenían los dientes
del tamaño justo para comer carne
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Y eso implicó que la pobrecita Elsa nunca
tuviera la porción que le correspondía.
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Así que yo le guardaba
los mejores pedazos.
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George estaba convencido
de que Elsa creía que yo era la madre.
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Creyera lo que creyera, me ponía contenta
que me siguiera a todas partes...
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...y me hiciera compañía
mientras George no estaba.
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Cuando crecieron y necesitaron
más espacio para jugar...
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...las dejamos a cargo de Nuru,
con quien se llevaban muy bien.
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...las dejamos a cargo de Nuru,
con quiuen se llevaban muy bien.
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¡Elsa!
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¿Qué haces? ¡Vete!
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¡Vamos! ¡Fuera!
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Sacarlas de la jaula por la mañana
para que se ejercitaran no era difícil.
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Vamos, bebés.