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- El mismo Lorca de siempre.
- Ven. Hablaremos.
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- No puedo hacer eso.
- Es lo único que puedes hacer.
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Sois seis contra 60. No esperes
que esos granjeros te ayuden.
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No tienen estómago para luchar.
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- ¿No?
- No.
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Mátalo.
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Vamos. Mátalo.
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Ya has matado a otros.
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- Pero no estaban armados.
- Lo estaban hace tres años,
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cuando 200 hombres sacrificaron
sus vidas dentro de esta iglesia.
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Dieron la vida para librar
a este país de la tiranía.
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¿ Crees que a estos granjeros les importa
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que yo persiguiera a los bandidos
por el desierto y luchara aquí,
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mientras ellos se escondían
en sus camas de heno?
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Mis hijos. Altos, erguidos,
como dos sementales bien criados.
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Están enterrados aquí, con los demás.
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Sus tumbas no seguirán
marcadas con ruinas.
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Esta iglesia, este pueblo,
será un monumento por los que lucharon.
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Un monumento construido con el sudor
y la sangre de los que no luchan jamás.
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Te lo demostraré. López.
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Haz lo que te dice.
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- Mátalo.
- Francisco.
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- No se meta en esto, padre.
- He estado mucho tiempo sin meterme.
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Te lo ruego, Francisco,
antes de que sea tarde.
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Antes de que Dios te condene
al infierno por lo que haces.
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Una vez me perdonaste la vida.