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Tanto el gorrión alimentó
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al polluelo de cuco,
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¡que el gorrión la cabeza perdió!
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Y esta cayó sobre un seboruco.
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La vela se apagó
y nos quedamos a oscuras.
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¿Eres tú hija mía!
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Padre, quisiera que obrarais
con prudencia,
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y os libraseis de las recientes malas
mañas que os han hecho cambiar tanto.
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¿Quién me conoce aquí?
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¡No! Éste no es Lear.
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¿Anda así Lear?
¿Habla así?
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¿Estaré ciego?
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¿Me flaquea el entendimiento,
o el juicio se me ha embotado...?
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No, no es eso, no es eso...
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¿Hay alguien que pueda decirme
en quién me he convertido?
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En la sombra de Lear.
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En verdad que quiero saber,
quién soy yo.
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Mi dignidad de soberano
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y otros atributos fatuos,
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me hacen creer, qué quimera,
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que vos sois mi hija.
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¿Cómo os llamáis, bella dama?
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Esa afectación es del mismo orden
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que vuestras otras rarezas.
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Os ruego que entendáis rectamente
mi propósito.
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Tenéis cien caballeros y escuderos,
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gente tan escandalosa, disipada
e insolente
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que nuestra corte, contagiada de
sus vicios,
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parece una taberna o un prostíbulo.
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Mandad poner fin a los desafueros.
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Os suplica la que,
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si no hacéis caso, tomará lo que pide: