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No, seré un modelo de paciencia.
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No diré ni una palabra más.
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¿Quién va?
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Pues, la cabeza y el rabo,
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es decir un sabio y un bobo.
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Ah, señor, ¿estáis aquí?
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¡Tiembla, desgraciado,
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que callas tus recónditos delitos!
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¡Recapacita y confiesa!
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¡Esconde tu mano ensangrentada,
asesino desapercibido!
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¡Pedid perdón a estos terribles
emisarios!
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Víctima soy del pecado
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más que pecador.
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Majestad, aquí cerca hay una choza:
os dará cobijo en esta tempestad.
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Parece, que me estoy volviendo loco.
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¿Cómo estás, muchacho?
¡Pobrecito! Tiene frío.
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Yo también.
¿Dónde está esa choza, amigo?
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Mi pobre y pícaro bufón,
en mi pecho hay siempre un hueco
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que se apena por ti.
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Éste es el lugar, señor; entrad,
mi señor.
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- Entra tú, déjame.
- Mi buen señor, entrad aquí.
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¿Quieres partirme el corazón?
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Antes me partiría el mío.
Entrad, mi señor.
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¿Piensas que es una gran desgracia
que nos calemos hasta los huesos?
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Mi buen señor, entrad aquí.
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Anda, entra tú y descansa, te lo pido.
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Una tormenta así me impide
meditar sobre cosas peores.
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Pero entraré.
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Ve, muchacho, entra tú primero.
¡Eres un pobre sin techo!