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¿Si me pongo a gritar de alegría,
dirás que estoy loca?
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Algo turbio te traes tú entre manos.
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Esas salidas y esas ausencias tuyas atufan
a entrevista con algún galancete de esquina.
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Soy libre, ¿no?
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Yo sólo tengo que rendirle cuentas a mí misma.
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- Sigo tus consejos, ¿ves?
- Si te sorprendo en algún mal paso, te mato...
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...Creo que te mato. Prefiero una tragedia,
a ser ridículo en mi decadencia.
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Mira que para mí no hay secretos.
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Y con mi experiencia en estas cosas,
es imposible pegérmela.
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- ¡Es imposible!
- Por favor, Lope.
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Quedas advertida. Y no olvides que aún
tengo dos obligaciones para contigo:
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Soy tu padre y tu marido.
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Y hago de uno u otro, según me conviene.
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Majadero.
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Estúpida.
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Me hacen falta diez mil pesetas.
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- Préstamelas, y te juro que te las devolveré.
- Sabes que yo no alimento herejes.
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Guárdate tu dinero, ¡vieja beata!
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¡Ay, Patrito...!
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¡Qué castigo me ha dado Dios con este hermano!
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Afortunadamente, tú llevas
la sartén por el mango.
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Sí, pero sólo mientras viva.
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Las leyes están hechas por los hombres, hija.