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Usted perdone.
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Buenos días. No crea usted que este es un encuentro casual.
Sabía que viene usted a menudo por este café y quería hablarle.
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- Siéntese por favor.
- Gracias.
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No, no tomo nada; muchas gracias.
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¿Piensa usted quedarse mucho tiempo por aquí?
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Hasta saber lo que pasa con Tristana
no puedo irme de aquí.
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Pues sí, caballero.
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Ya sabe usted lo de la niña.
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¡Qué lástima! ¿Verdad?
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Con aquella gracia inútil para siempre.
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Ya comprenderá usted mi pena.
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Pues la miro con cariño entrañable y puro
y desinteresado.
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Por eso quiero hacerle placentera su vida.
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En fin...
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Su voluble espíritu necesita de usted.
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¿Me cree un juguete?
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No puedo compartir el criterio de un viejo.
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Además, los sentimientos de Tristana
no son tan volubles como usted piensa.
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Es usted muy joven para comprender ciertas cosas.
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Pero por eso no vamos a reñir.
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En fin, ¿qué desea de mí?
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Que vaya a verla.
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No, no soy ningún monstruo.
Los sentimientos cambian.
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Por eso, me he dado cuenta de que le falta algo.
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Usted, seguramente.
Vaya a verla todos los días.
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Es tan violento para usted como para mí.
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Vaya por las tardes, de cuatro a seis.
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Es la hora en que suelo dar mi paseo.
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Gracias.
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No me las dé. Lo hago por ella.
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Don Lope, ya recibí los 'marrons glacé'
de la señorita, ¿se los quiere llevar?
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No, gracias. No voy ahora a casa.
Luego pasaré a recogerlos.
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Como usted quiera.