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¿Cómo me voy a casar con él,
si no lo puedo ni ver?
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Yo insisto en que tienes
que vencer esa pasión malsana.
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Cuando verdaderamente te hizo daño,
lo aceptaste todo sin protestar.
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Y precisamente ahora,
cuando mejor se porta contigo...
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¿Por qué? ¿Qué más puedes pedir?
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Cuánto mejor es, lo quiero menos.
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Pero no comprendes que eso es irracional.
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Sí, lo sé muy bien.
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Cuídate, hija. Mira que ese rencor
tiene algo de satánico.
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Claro, tú eres joven y, que él...
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Pero como en tu caso el matrimonio
no tiene por objeto la procreación,
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si no simplemente santificar
una situación pecaminosa, pues...
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Tú ya me entiendes, ¿no?
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Pídele que se case contigo y verás como acepta.
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¿No te has dado cuenta cómo ha cambiado?
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¡Claro! Con la vejez se suavizan las cosas,
se liman aristas, se piensa diferente.
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Ya ves que ya no te prohibe ir a la iglesia.
Y hasta te acompaña.
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Cásate, hija...
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Que si alguna vez le tuviste cariño,
algo ha de quedar.
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Tengo que ir a la ciudad, don Ambrosio.
Si ya terminó la plática le llevo.
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Encantado y muy agradecido.
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Voy al vivero a comprar unos frutales.
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Me llevo al jardinero.
¿Tú no quieres nada?
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Nada.
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- Bueno pues, en marcha.
- Vamos.