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¿Cómo que señorita?
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Perdón, estoy resfriado.
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Tengo una queja.
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- Cerramos para comer.
- Déjate de historias.
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Me quejo de este loro
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que compré aquí hace media hora.
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Ah, sí, un azul noruego.
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- ¿Qué le pasa?
- Le pasa, chaval,
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que está muerto.
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No, está descansando.
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Chaval, sé cuando un loro
está muerto, y éste lo está.
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No está muerto, sólo descansa.
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- ¡Descansa!
- Eso es.
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Un ave notable. Plumaje bellísimo.
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Qué mas da. Está muerto.
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No, descansa.
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Vale, pues le despertaré.
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Hola, Polly.
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Tengo una sepia para ti,
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despierta, Polly.
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- Se ha movido.
- No, usted lo ha empujado.
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- ¡Nada de eso!
- ¡Lo hizo!
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Hola Polly,
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¡Despierta!
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¡Arriba!
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Aquí el despertador de las nueve.
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O sea, un loro muerto.
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No, está atontado.
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¡Atontado!
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Le ha atontado cuando se despertaba.
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- Los noruegos se atontan fácilmente.
- Basta.
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Ese loro está difunto,
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y cuando lo compré,
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me aseguró que su inmovilidad
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se debía a que estaba cansado.
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Bueno, añora los fiordos.
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¿Qué añora los fiordos?
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¿De qué habla?
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¿Por qué cayó de espaldas
nada más llegar a casa?
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Bueno, al azul noruego le gusta eso.
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- Plumaje precioso.
- Verá, examiné al loro