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¿Cómo estás, hijo?
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Bien. Bien.
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- Tía Astrid.
- ¿Cómo estás?
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Estás muy elegante.
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Toma uno de éstos.
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¿Cuándo nos darás una sorpresa?
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- ¿Te haces de rogar?
- Tía Astrid, no...
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Eres muy egoísta.
Te vas a sentir muy solo.
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No he encontrado a la persona indicada.
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¿Está derecho?
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- ¿Cuándo te vas?
- Dentro de un día o dos.
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¿Por qué tuve que preguntártelo?
¿Por qué no me lo dijiste?
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Volveré.
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Estarás aquí.
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- Nos podemos llamar.
- Seguro que estoy aquí.
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- No sé cuándo volveré exactamente.
- Sí, tienes que dejar las puertas abiertas.
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No debiste dejar tu trabajo.
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Necesitas algo que mantenga ocupada
a tu mente sagaz.
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No. No se trata de eso.
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No te entiendo.
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Podrías venir.
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¿Podrías venir?
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- Nada ha cambiado.
- Yo he cambiado.
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Esto de adaptarse, conformarse y callarse.
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No estaré aquí cuando vuelvas.
No puedo ir contigo.
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No llames.
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Tenemos que ponerle fin a esto y yo...
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no sé qué más decir.
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Tengo que tener cuidado
y no preguntarte por Daniel.
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A Daniel no le das repuestas
porque estás aquí.
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¡Mi madre no exige nada desde hace años
y mi puta oficina...!
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No quiero que vivamos así.
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¿Quieres que vivamos juntos?
¿Quieres intentarlo?