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Quienes te mataron y quienes me mataron...
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morirán en nuestro lugar.
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Eres el Paracleto de Caborca.
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La ira divina.
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El ángel...
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del pozo sin fondo.
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Sin ser la zarza ardiente, quizá,
pero lo suficientemente pródiga para mí.
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Tenía que vengar la muerte de Dios
y mi propia brutalización.
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Tenía que matar a los doctores Schaefer,
Ives y Welbeck...
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y a la enfermera de diálisis,
Srta. Campanella...
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cuya negligencia provocó mi coma.
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Esperé por otro signo de Dios,
que me fue dado más tarde esa noche.
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El Dr. Schaefer había arreglado una tarea...
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para una chica de Hematología
llamada Sheila.
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Realmente espero que nadie entre.
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- ¿Y él?
- Está profundamente dormido.
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- ¿Hay novedades?
- Ninguna.
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- ¿Qué es esto?
- Mi insulina.
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Olvidé guardarla.
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¿Para qué es la insulina?
No sabía que eras diabético.
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No te preocupes, no es contagiosa.
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Tomó la insulina del bolsillo
del Dr. Schaefer y la puso en la guía.
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Sí.
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Luego vino la enfermera...
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y puso la guía en Schaefer.
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Es claro que Dios quiso medir la ironía aquí.
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El hospital iba a cometer la matanza por mí.
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Todo lo que necesitaba era que los doctores
fueran pacientes en su propio hospital.
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Al día siguiente,
robé digoxina de la farmacia...
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y una bolsa de arena de la despensa...
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y fui al laboratorio del Dr. Ives.