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Todos los aparatos de salvamento
regresaron a la estación,
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excepto el helicóptero
que tripulaba Berton.
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El retornó después que oscureció.
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Al salir del aparato echo a correr.
Sufría un choque nervioso.
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Después de 11 años de vuelos
espaciales,
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tal comportamiento causó asombro.
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A los dos días se recuperó,
pero no salió más de la nave espacial.
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Ni se acercó a alguna ventanilla,
desde la que se viera el Océano.
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Después, nos escribió desde la clínica,
que deseaba hacer una declaración
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sobre algo de suma importancia,
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que, supuestamente, ha de decidir
el destino de la solarística.
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¡Qué bien! Pues, que hable él mismo.
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Ya es hora de ceder la palabra
a Berton.
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Cuando descendí por primera vez
a 300 metros,
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me fue difícil mantener la altura,
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porque comenzó a soplar el viento.
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Concentré toda mi atención
en el pilotaje.
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Durante cierto tiempo no miré
para afuera.
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Por eso, penetré en la niebla.
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¿Era una niebla corriente?
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No era una niebla habitual,
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parecía mas bien una capa coloide,
muy viscosa.
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Ella cubrió los cristales.
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Era tanta la resistencia de esa niebla,
que comencé a perder altura.
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En el lugar, donde debía estar el sol,
la niebla se iluminó de rojo.
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Al cabo de media hora salí
a un espacio abierto.
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Era redondo, con un diámetro
de cientos de metros.