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Señor Biberkopt,
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el Sr. Thiess ha cambiado la cerradura.
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-¿Ah, sí?
-Sí, esta tarde.
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-¿No lo sabía?
-Ah, sí, lo había olvidado. Gracias.
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-De nada. Buenas noches.
-Buenas noches.
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Ah, eres tú.
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-¿Qué quieres?
-¿Que qué quiero?
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¡Entrar en mi piso, eso quiero!
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Dirás en el de Eugen.
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No. Éste es mi piso
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y mis muebles, los compré yo.
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Eso a mí me da igual.
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Eugen no quiere que lo molestes más.
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Eso es todo lo que sé.
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Además necesita reposo, reposo absoluto,
después de todo lo tuyo.
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Y por cierto, tus cosas
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se las hemos mandado a tu hermana.
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-¿Puedo ayudarle, Sr. Biberkopt?
-iNo!
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-¿Cómo ha reaccionado?
-Figúrate.
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-Está completamente desesperado. -
Tonterías.
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La gente tan obtusa no se desespera.
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Hay que cambiar estos muebles horribles,
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ya empezaba a tener pesadillas.
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Dios, pero qué tonto eres.
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El rey de la loto se deja timar por
cualquiera.