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Isabela, por fin lo comprendo.
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El mal misterioso que me ha asaltado
en esta casa ha abierto mis ojos.
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Quiero una vida diferente, serena,
en la soledad de mi estudio.
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Lo que quiero ahora es
dar un giro a mi vida,
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quiero renunciar a la inútil y aburrida libertad,
y ser guiado amorosamente por ti, siempre.
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Dime que sí Isabela,
mi salvadora iluminada.
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Tú deliras, Giacomo.
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Estás débil por culpa de la enfermedad.
Por eso hablas así.
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Escúchame: no puedes rechazarme o volveré
a caer enfermo. Y esta vez para siempre.
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Tenía razón cuando decía que
erais todo fuego.
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Mañana me iré de aquí. Te lo suplico,
ven conmigo.
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No puede ser.
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- Ven a buscarme a Dresde.
- ¿Cómo puedo ir? Es imposible.
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Yo...
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¡Oh, Giacomo!
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Está bien.
En la Posada de los Moros, en Dresde.
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Me espera una señora.
¿No estáis informado de ello?
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- ¿Cómo se llama?
- No importa. Contestad a mi pregunta.