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Hasta el ladrido de un perro me
inquieta, por temor a que me busquen,
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y a que haya que ir por caminos pésimos,
soportando las sacudidas de un carruaje
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tirado porjamelgos.
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Sólo puedo pensar... en diarreas.
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He de esperar una epidemia de cólera
y leer sólo sobre el cólera,
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aunque en realidad me sean indiferentes
esa enfermedad
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y la gente que la padecen.
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Eso me avergüenza, me causa horror
y mucho asco.
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¡Dios mío...!
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¡Qué vergonzoso es... vivir y beber
así, en balde!
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¡Y lo peor es, saber que no va a haber
más nada!
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¡Nicolasito, te lo suplico, basta ya!
¡Y ustedes también, cesen!
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¿Dónde meto al animal?
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¡Fuera de aquí! ¡Vete!
¡Por el amor de Dios, vete!
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¡No es a usted, a quién pregunto!
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Su excelencia ordenó que trajera
al animal y lo traje...
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¡Estoy harta de todo!
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¡Que paradoja! En este mismo momento,
en algún país del sur,
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un hombre está sentado y piensa:
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''Me montaré ahora en la piragua
e iré a buscar unos plátanos''.
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¡Qué bien!