Blechtrommel, Die
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¡Bueno!
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No pensarás que yo voy a comer
anguilas, ¿verdad Alfred?

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No seas tan melindrosa, mujer.
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Nunca volveré a comer pescado
y menos anguilas.

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Siempre has sabido
de lo que se alimentan.

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Y siempre las has comido frescas.
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¡Silencio!
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Deja de tocar ese maldito tambor.
Es que no me oyes?

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- Deja al niño en paz, Alfred.
- Y siéntate a la mesa.

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¿Quién tuvo la culpa?
¿Quién dejó abierta la trampilla?

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¡Ah, la vieja historia!
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¡Siéntate!
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Y comprueba cómo las ha preparado
tu humilde servidor.

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Vamos a ver quién come
y quién no.

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¿Un cigarrillo?
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...salsa verde...
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eneldo...
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una hoja de laurel...
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y un poquito de limón.
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Alfred, eso no tiene sentido.
Si no quiere comer, no la obligues.

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Siéntate y no te metas.
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Deja que haga lo que quiera.
¿Qué sacas con que luego lo vomite?

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No he comprado
las anguilas para mirarlas.

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- Ven acá, prueba un poquito.
- Déjala.

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Toma.
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Se han sacado limpias y lavadas.
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- ¡Alfred!
- No me las comeré.

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Deja, me lo comeré yo...
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No se ha escapado ni una gota de bilis.
El hígado está blanco.

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¡Y bien frescas que están!
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Se les ha ido toda la baba.
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Ya está bien, por Dios.
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¡Oscar, a la mesa!
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No lo entiendo.
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¿Para eso me paso horas enteras
en la cocina?

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Ya quisiera mucha gente
poder comer mis anguilas.

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- Yo ya no sé qué hacer.
- Cálmate, Alfred.


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