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Muy amable de su parte.
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- Está radiante.
- Nunca me he sentido mejor.
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¿De verdad?
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¿Hay algún lugar donde podamos hablar?
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Sí.
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No la culpo por no volver. Me pasé.
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Tiene que entender algo.
Ahora me siento muy bien.
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Ya no me ataca.
No tengo motivo para verlo.
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¿Recuerda el libro que le enseñé?
¿El de los murciélagos y los dragones?
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- Eso es lo que buscan. Fantasías.
- No, tienen fotografías.
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Mire, Carla.
¿Y si llegamos a un acuerdo?
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Puede verme y sus amigos
los científicos pueden ayudarla.
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- Ya no sirve de nada.
- Es como ver a dos médicos,
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a un especialista de los huesos
y a otro de la sangre.
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- Me parece que no.
- ¿Por qué? ¿Qué tiene que perder?
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Creí en usted. Sabe que lo hice.
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Lo necesitaba. Pero cada vez que descubría
algo nuevo sobre mí, ocurría algo peor.
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Y me cansé de oír que desaparecería
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cuando descubriera la raíz del
problema, como si estuviera en mí.
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Está en usted, Carla.
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Será mejor que se vaya.
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- Hola, Billy. ¡Billy!
- Dígame.
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¿Me haces un favor?
La próxima vez, no finjas.
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Cuando tu madre crea que ve algo,
querrá que le des la razón.
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Si lo haces, es más difícil
convencerla de que está delirando.
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- No me rompí un brazo fingiendo.
- Existe una explicación lógica.
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Si tu madre te importa,
no finjas la próxima vez.
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Claro que me importa.
Pero no fingía. No le miento.