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Una vez conocí a una Srta. Idella.
Por allá, en Macon.
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No me digas.
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¡Y cantaba!
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¿Que cómo cantaba?
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¡Esa chica tenía pulmones!
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¡Ella sola podría ser
todo el coro de una iglesia!
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¡No exagero!
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¡Y gorda!
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¡Era del tamaño de esa estufa!
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¡No hables con Idella!
¡Tiene mucho que hacer!
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¿Qué estás haciendo?
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Limpiando los focos, Sra. Daisy.
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Jamás había visto cosa más ridícula.
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¿A quién le importa que tengan polvo?
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¡Bájate de ahí!
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Guarda esa escalera
o alguien se va a tropezar.
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Me voy, Sra. Daisy.
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Está bien, Idella. Hasta mañana.
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-Yo también me voy, Sra. Daisy.
-¡Qué bueno!
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Buenos días, Sra. Daisy.
Estoy arreglando sus zinias.
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Deja en paz mi arriate de flores.
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Hay un pedazo de tierra desaprovechado
allá, detrás del garage.
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Podría plantar tomates...
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Si quisiera un jardín de verduras,
lo plantaría yo.