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- A mí también, Milord.
- Y a mí, mi Soberano.
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Richard, conde de Cambridge,
aquí está la vuestra.
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La vuestra, lord Scroop de Masham
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y, señor caballero Grey de Northumberland,
la vuestra.
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Leedlas
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y sabed
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que sé de vuestra valía.
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Milord de Westmoreland, tío Exeter,
embarcaremos esta noche.
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¿Qué sucede, caballeros?
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¿Qué veis en esos papeles
que os mudan el rostro?
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Confieso mi falta y me someto
a la clemencia de Vuestra Alteza.
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A la cual todos apelamos.
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La clemencia que estaba presta en nos,
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por vuestro propio consejo
está suprimida y muerta.
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¡No debéis, por vergüenza,
hablar de clemencia,
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pues vuestras propias razones
se vuelven contra vos
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como perros contra sus amos, acosandolos.
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Contemplad, príncipes y nobles pares
a estos monstruos ingleses.
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¿Qué diré de vos, lord Scroop,
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criatura cruel, ingrata,
salvaje e inhumana?
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¡Vos que teníais la llave
de todos mis secretos,
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que conocíais el fondo de mi alma,
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que casi podríais haberme convertido
en monedas de oro
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de haber querido utilizarme
en vuestro provecho!
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¿Es posible que un salario extranjero
haya podido extraer de vos
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una chispa de maldad suficiente
para herirme un dedo?
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Es tan extraño
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que aun cuando la verdad de ello
sea tan fácil de distinguir
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como el negro del blanco,
mis ojos apenas pueden verlo.
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Tan constante e inmaculado parecíais...
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que esta vuestra caída deja una mancha...
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que marcará al hombre más completo
y mejor dotado
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con la sombra de la sospecha.