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¡Contemplad los cañones en los carruajes
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con sus bocas fatales abiertas
sobre la sitiada Harfleur!
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¡Suponed que el embajador francés vuelve
y le dice a Harry
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que el Rey ofrece a Catalina, su hija,
y con ella, como dote,
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algunos diminutos e inútiles ducados!
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¡La oferta no le gusta,
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y el hábil artillero con la mecha
los diabólicos cañones toca
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y allá se desploma todo ante ellos!
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¡Una vez más a la brecha, queridos amigos!
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¡Una vez más!
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¡O tapiemos la muralla
con nuestros muertos ingleses!
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En la paz, nada conviene más al hombre
que la quietud y la humildad,
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pero, cuando el fragor de la guerra
atrona nuestros oídos,
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imitad la acción del tigre.
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¡Tensad los nervios y congregad la sangre,
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disfrazad la noble naturaleza
con dura y favorable furia!
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¡Después, dad al ojo un aspecto terrible,
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que vigile a través de la tronera
como el cañón dorado!
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¡Que la ceja lo domine temiblemente,
como una roca erosionada
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domina y sobresale
de su desconcertada base,
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lavada por el salvaje y derrochador océano!
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¡Ahora enseñad los dientes
y abrid los orificios nasales!
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¡Contened la respiración
y elevad el espíritu a la mayor altura!
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¡Adelante, nobles ingleses!
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No deshonréis a vuestras madres,
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atestiguad que aquéllos a quienes
llamáis padres, os engendraron.
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¡Y vosotros, buenos propietarios,
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cuyos miembros fueron hechos en Inglaterra,
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mostradnos el temple de vuestros pastos,
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hacednos jurar que sois dignos
de vuestra raza, lo cual no dudo!
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¡Porque no hay uno de vosotros,
por vil y bajo que sea,
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que no tenga un noble lustre en los ojos!
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¡Veo que estáis como lebreros en traílla,
ansiando el comienzo!
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¡Se ha levantado la caza!
Seguid a vuestro espíritu
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y en esta carga gritad:
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"¡Dios por Harry, Inglaterra y San Jorge!"