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Ahora,
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haced conjeturas un instante mientras
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el murmullo rastrero
y la acechante oscuridad
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llenan el gran recipiente del Universo.
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De un campamento a otro,
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a través del inmundo seno de la noche,
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suena tan calmo el zumbido
de cada ejército,
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que los centinelas casi reciben
los susurros de las guardias enemigas.
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El fuego responde al fuego
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y a través de sus pálidas llamas
cada ejército ve la cara umbría del otro.
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Los corceles amenazan a los corceles
con sonoros
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y jactanciosos relinchos
horadando el sordo oído de la noche;
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y, desde las tiendas,
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los armeros; sirviendo a los caballeros,
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con atareados martillos cierran remaches
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dando temible nota de preparativos.
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Orgullosos de su número
y seguros en espíritu,
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los confiados y eufóricos franceses
a los despreciados ingleses
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juegan a los dados
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y reprochan a la tullida noche
de marcha tardía,
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que, como abyecta y fea bruja,
tediosamente cojeando avanza.
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Tengo la mejor armadura del mundo.
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Ojalá fuese de día.
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Tenéis una excelente armadura,
pero dad su mérito a mi caballo.
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Es el mejor caballo de Europa.
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¿Nunca llegará la mañana?
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Milord de Orleáns
y milord Gran Condestable,
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¿habláis de caballo y armadura?
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Vos estáis tan bien provistos de ambos
cual príncipe del mundo.