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pues por muy vil que sea,
este día ennoblece su condición,
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y los caballeros ahora
en sus lechos de Inglaterra
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se considerarán malditos por no estar aquí
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y tendrán su hombría en baja estima
cuando oigan hablar
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a aquél que haya luchado con nos
¡el día de San Crispín!
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Mi Soberano Señor,
os ruego que os deis prisa.
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Los franceses están bravamente
en orden de batalla
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y marcharán, sin dilación
alguna sobre nosotros.
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¡Todo está dispuesto
si nuestro espíritu lo está!
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¡Que perezca el hombre cuyo
espíritu retroceda ahora!
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¿Ya no queréis más ayuda de Inglaterra,
primo?
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¡Sea la voluntad de Dios, mi señor!
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¡Ojalá vos y yo solos, sin ayuda,
pudiésemos librar esta real batalla!
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¡Conocéis vuestros puestos!
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¡Que Dios sea con todos vosotros!
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Una vez más vengo a saber, Rey Harry,
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si concertamos ahora vuestro rescate,
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antes de vuestra muy segura derrota.
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- ¿Quién os manda ahora?
- El Condestable de Francia.
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Os ruego que le llevéis
mi anterior respuesta.
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¡Le ofrezco que me capture
y que después venda mis huesos!
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¡Buen Dios! ¿Por qué se mofan
así de pobres diablos?
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¡Dejadme hablar con orgullo!
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¡Decidle que nos sólo somos
guerreros de todos los días!
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¡Nuestro colorido y nuestro brillo
están deslucidos
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por la penosa marcha bajo la lluvia
en el campo de batalla,
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pero por la misa que nuestros
corazones están en forma!
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Heraldo, ahorraos el trabajo.
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No vengáis más por el rescate,
gentil heraldo.
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No tendrán otro, lo juro,
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¡sino este mi cuerpo!
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El cual, si se lo quedan como lo dejaré,
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les servirá de bien... poco.