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Vuestro abuelo, de famoso recuerdo,
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con la venia de Vuestra Majestad,
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y vuestro gran tío Eduardo,
el Príncipe Negro de Gales,
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según he leído en las crónicas,
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libraron una muy valiente batalla aquí,
en Francia.
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Lo hicieron, Fluellen.
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Vuestra Majestad dice mucha verdad.
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Si Vuestra Majestad lo recuerda,
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los galeses hicieron buen servicio
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en un jardín donde crecían los puerros
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llevando puerros en sus boinas,
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lo cual, como sabe Vuestra Majestad,
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es hoy un honorable signo de servicio;
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y creo que Vuestra Majestad
no desdeña llevar el puerro
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el día de San David.
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Lo llevo como recuerdo de honor;
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pues, como sabéis, soy galés,
mi buen compatriota.
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Toda el agua de Wye
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no lavaría la sangre galesa
de Vuestra Majestad
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de su cuerpo, os lo digo yo.
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Dios la bendiga y la guarde
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tanto como le plazca a Su Gracia
y también a Su Majestad.
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Gracias, mi buen compatriota.
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¡Por Jesús, soy compatriota
de Vuestra Majestad!
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No me importa quién lo sepa.
Lo confesaré al mundo entero.
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Y no tengo que avergonzarme
de Vuestra Majestad,
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alabado sea Dios,
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en tanto Vuestra Majestad
sea un hombre honesto.
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Dios me conserve así.
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¿La fortuna me pone ahora mala cara?