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¡Calmaos!
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Ha sido usted muy valiente
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al venir a Alemania en
estos momentos, Sr. Kessler.
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En esta parte del mundo ha ocurrido
una gran tragedia.
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¿Es usted católico, Sr. Kessler?
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No le hagas ese tipo de preguntas
a nuestro invitado.
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Me temo que no soy muy religioso.
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El Sr. Kessler es un joven sensato.
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Sabe que para que se curen
las heridas de la guerra
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tenemos que
ayudarnos mutuamente.
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Mi hermana dice que es usted
un desertor.
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También yo lo soy,
a ojos de mi padre.
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Ya basta, Larry.
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Mi hijo estaba demasiado enfermo
para alistarse en el Ejército.
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¡Mi enfermedad!
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La que mi padre nunca
ha comprendido.
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Cree que surgió de los excesivos
mimos de mi madre
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hasta el día de su muerte.
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Discúlpenme.
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Le ruego disculpe el comportamiento
de mi hijo.
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Creía que no te gustaban
las disculpas.
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¡Qué demonios!
Discúlpeme, padre.
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Durante la guerra la vida
es muy sencilla.
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Los problemas surgen después.
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-¿No opina así, padre?
-Por supuesto.
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Es posible que la religión
desempeñe
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un papel importante
en tiempos de guerra,
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pero mucho más cuando
el silencio de las armas
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juega con nuestra
tranquilidad.
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Cuando rezamos a Dios
en tiempos de guerra,
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podemos contar con su apoyo
sólo con tener fe en nuestra causa.
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Disculpe, padre.
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¿Y los del otro lado?
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El enemigo también cree
en su causa.
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Por supuesto, Sr. Kessler.
Dios está en todos los bandos.
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Pero cuando se lucha por una causa
con todo el corazón,
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a Dios le resulta más fácil perdonar
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si por ello se incumplen
sus mandamientos.
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¿Y a quién no perdona Dios?
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A quienes no creen en Él.