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¡Veo por esta carta
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que Don Pedro de Aragón
llega esta noche a Mesina!
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No estaba a tres leguas de aquí
cuando le dejé.
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- ¿Cuántos perecieron en la acción?
- Unos pocos, pero ninguno de renombre.
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Veo que Don Pedro
ha colmado de honores
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a un joven florentino llamado Claudio.
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Ha superado las promesas de su edad.
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Con apariencia de cordero,
ha realizado hazañas de león.
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¿Ha regresado el Sr. Mountanto
de la guerra o no?
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- No conozco a nadie por ese nombre.
- Mi prima se refiere al Sr. Benedicto.
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Ha regresado tan jovial como siempre.
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Decidme, ¿a cuántos ha matado
y devorado en esta guerra?
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¿A cuántos ha dado muerte?
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- Prometí devorar a todo el que matara.
- Ha prestado un buen servicio.
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- Y es un buen soldado, mi señora.
- Un buen soldado ante una dama.
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- ¿Y ante un caballero?
- Otro caballero. Y hombre ante hombres.
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- Adornado de honrosas virtudes.
- Efectivamente.
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No es otra cosa que un hombre adornado.
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No malinterpretéis a mi sobrina, señor.
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Hay una suerte de guerra amistosa
entre el Sr. Benedicto y ella.
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No se encuentran sin que se produzca
un duelo de ingeniosidades.
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¿Quién le acompaña ahora?
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Cada mes jura tener un nuevo hermano.
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Las más de las veces
está con el noble Claudio.
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¡Dios mío!
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¡Se pegará a él como una enfermedad!
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Se contagia más deprisa que la peste.
El afectado enloquece en el acto.
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Que Dios ampare al noble Claudio.
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Si se ha contagiado de Benedicto,
la curación le costará 1.000 libras.
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¡Quisiera ser de vuestros amigos, señora!
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Sedlo, amigo mío.
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¿Nunca perderás el juicio, sobrina?
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No hasta que no haya un enero caluroso.