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Hablad, prima.
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Si no puedes, ciérrale la boca
con un beso, y que tampoco hable él.
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A fe, señora, que tenéis
el corazón jubiloso.
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Así es, mi señor. Y se lo agradezco
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al pobre loco que se resguarda
al sotavento de los cuidados.
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Mi prima le dice al oído
que le lleva en el corazón.
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Y así es, prima.
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¡Benditas alianzas!
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Se casará todo el mundo menos yo,
que me quedaré para vestir santos.
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Ya puedo sentarme en un rincón
gritando por un marido.
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Señora Beatriz, yo os encontraré uno.
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Preferiría que me lo encontrara
vuestro padre.
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¿No tenéis hermanos?
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Vuestro padre hizo excelentes maridos,
para las que dieron con ellos.
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¿Me queréis a mí por tal, señora?
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No, mi señor.
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A menos que se me permita
tener otro para los días laborables.
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Es demasiado lujo para el disfrute diario.
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Le pido perdón a vuestra gracia.
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Nací para estar alegre
y no para hablar en serio.
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Vuestro silencio me ofende
y la alegría es lo que mejor os sienta
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pues debisteis de nacer
en una hora alegre.
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Nada de eso, señor, que mi madre lloró.
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Pero había una estrella que bailaba
y nací yo bajo su influjo.
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Primos...