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3 de febrero de 1915.
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Querida Susannah:
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El horror de este lugar
es indescriptible.
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No es como lo había imaginado.
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¡No se acerquen al enemigo!
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Esta noche rezo por las almas de
los que murieron tan valientemente.
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Admito que también rezo
por la gloria personal.
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¿Está mal que quiera
distinguirme en el combate...
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como se distinguió mi padre?
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Mis hermanos me protegen tanto que
quizá nunca tenga la oportunidad.
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¡Maldita sea!
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- ¡Estás herido!
- Es sólo un rasguño.
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Ahora me doy cuenta...
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no que mi padre tenía razón
sino que yo era un ingenuo.
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- ¡Déjame levantarme, rayos!
- ¡Quédate abajo!
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Nos ponemos en manos de Dios.
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Vamos a la batalla honorablemente,
con plena confianza...