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Verás, me encanta enseñar.
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Y, modestia aparte,
soy francamente bueno.
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Y me encanta
su parte de actuación.
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Creo que debo confesarlo.
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Cuando vi que
me encantaba enseñar...
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...juré que no me convertiría...
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...en el clásico rígido
instructor autómata...
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...que tuve yo de pequeño.
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No era inconsciente de que...
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...acabaría errando
de lo contrario.
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Y me pregunté una y otra vez...
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...si me hubiera interesado
la heterodoxia...
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...aunque no gratuitamente...
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...porque no me opongo a la
ortodoxia como bien otorgado...
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...si sería algo nocivo
para mis estudiantes.
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Sí.
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Como decía.
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Cuando surgió la posibilidad
de empleo permanente...
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...algo que, evidentemente,
había deseado hacía tiempo...
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...yo me sentía, claro,
contento y codicioso.
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Me pregunté si era
un error codiciarlo...
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...y me lo pensé mucho rato
y muy sinceramente...
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...y vi varias cosas
en mí mismo.
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En ningún orden en concreto.
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Me gustaría
compartirlas contigo.
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Lo codicié.
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Lo deseaba.
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Que no era inocente
de desear seguridad.
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Que quizás no fue
algo reprensible de mi parte.
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Que tenía obligaciones
más allá de la escuela...
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...y que mi obligación a
mi hogar, por ejemplo...
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...era, o debía ser,
si no lo era...
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...de igual peso.
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Que el empleo permanente, la
seguridad y sí, la comodidad...