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subí al tren
específicamente para jugar.
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Quise convencer a un colega de negocios
de llevarme a una pelea de gallos.
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No, él se negó, pero...
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de no ser así, yo sí habría ido.
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Arreglé la mesa aquí,
de esta forma...
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como una trampa para los camareros
porque sé que juegan póquer.
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Quería jugar con ellos.
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Los dados...
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Los dados que jugó en el tren...
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¿eran holandeses?
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Sí, sí eran.
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- También jugamos otro juego.
- ¿El Viejo Británico?
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No. En Nueva Gales del Sur,
se le llama "el séptimo".
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- ¿Y quién puso la bolsa?
- ¿La bolsa?
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- ¿No conoce el término?
- No. De hecho, me es muy conocido.
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Eso pensé.
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Estos términos, Sr. Hopkins...
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¿También le son conocidos?
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- Me temo que sí.
- Vaya...
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- Esto es totalmente impropio.
- No me parece.
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- No me ha dado la absolución.
- ¿Dónde está el pecado?
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¡Apostamos!
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Lo dice el mismo Pascal.
Apostamos que Dios existe.
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Apostamos la vida en ello.
Calculamos las probabilidades...
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de que estaremos en el Cielo
con los santos.
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La ansiedad respecto
a esa apuesta...
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nos despierta de madrugada
bañados en sudor...
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y Dios nos ve sufrir.
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No puedo creer que ese Dios cuyo...
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requisito fundamental es
que apostemos nuestras almas mortales.
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Es verdad. Nosotros apostamos todo
a la creencia de que sí existe.
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No puedo creer que ese Dios
mire con malos ojos...
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a quien apuesta a la probabilidad
de que un animal tonto...
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cruce primero la línea, a menos...
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a menos que se considere...
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blasfemia aplicarle
al placer común...
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eso que es divino.