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El es mi socio,
Delmar O'Donnell.
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Detecto que, al igual que yo,
posee mucha labia.
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Me hago ilusiones de que así es.
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En mi trabajo
es completamente necesario.
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Lo único que no quiere uno...
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son pausas en la conversación.
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Una vez más, estamos de acuerdo.
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- ¿A qué se dedica?
- A las ventas, Sr. McGill.
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¿Que qué vendo? La verdad,
hasta la última bendita palabra...
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del Génesis al Apocalipsis.
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Así es, la palabra de Dios,
y permítame decirle...
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que se gana muy buen dinero
en estos tiempos de penas y carencias.
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La gente busca respuestas...
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y Dan Grande vende
el único libro que las contiene.
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¿Y ustedes qué hacen,
usted y su amigo el cohibido?
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Somos aventureros, señor...
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y vamos en pos de un negocio
pero estamos abiertos a otros también.
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Me gusta su estilo, joven,
así que le haré una proposición.
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Pague mi cuenta
para no tener que subir...
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pídale a la camarera
que envuelva la comida...
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y podremos retirarnos
a un sitio más privado...
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donde le explicaré
que hay grandes cantidades de dinero...
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por ganarse al servicio
de Dios Todopoderoso.
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¿Por qué no? No me caería mal
sostener una conversación civilizada.
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- No olvide su caja de zapatos, amigo.
- ¡Ha decaído!
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¡La maldita campaña ha decaído!
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Necesitamos un estímulo.
¿Ya me oyeron, muchachos?
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¡Un maldito estímulo!
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Si la elección fuera mañana,
ese infeliz Stokes...
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ganaría por mucho.
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Pues sí, porque él es
el candidato de la reforma, papá.
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- ¿Ah, sí?
- A la gente le gusta la reforma.
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Quizá deberíamos incluirla.
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¡Yo te voy a reformar,
desgraciado tarado!
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¿Cómo ofrecer reformas
si soy el gobernador actual?
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¿Es la única idea
que se les ocurre? ¿La reforma?
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Jesús, María y José.
¡Eckard!
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Ya puedes redactar
el discurso donde acepto que perdí.
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Está bien, Pappy.
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¡Lo dije para hacer énfasis,
estúpido!
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¡Devuélveme el sombrero!
¡Aprisa!