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Y yo entreveía, humedecida
su solemnidad con el vino,
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la alegría en los ojos de mi padre,
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más seguro, entonces, de que
no todo en un barco,
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se deteriora en la bodega.
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Y yo en esa actitud
aparentemente desenvuelta,
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entreveía también de lejos
la piel fresca de su rostro...
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que olía a espliego,
la boca un dulce gajo,
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llena de ternura, misterio y
veneno en los ojos de dátil.
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Y mi deseo sin freno era
escarbar la tierra con las uñas...
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y tumbarme en ese hoyo
y cubrirme todo de tierra húmeda.