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lncluso el día en que,
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con una ráfaga pestilente...
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que invada nuestros límites
tan bien acotados,
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llegue hasta las cercanías
de la vivienda,
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se insinúe subrepticia
por rendijas de puertas y ventanas,
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alcance a un miembro
desprevenido de la familia,
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no habrá mano en nuestra casa...
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que se cierre en puño
contra el hermano acometido.
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Los ojos de cada uno,
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más dulces que nunca,
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serán para este hermano
exasperado,
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y la mano benigna de cada uno
será para el hermano que la necesita,
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y el olfato de cada uno
para aspirar su olor virulento,
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y la blandura de corazón
de cada uno para ungir su herida,
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y los labios para
besar tiernamente...
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su pelo alborotado.
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Que el amor de la familia
es la suprema forma de la paciencia.