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Todo, Ana,
comienza en tu amor.
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Él es la simiente.
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Tu amor para mí...
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es el principio del mundo.
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Ayúdame, Ana.
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Respóndeme algo.
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¡Dime una palabra!
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¡Me basta un signo
leve de tu cabeza,
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un movimiento de tus cabellos,
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o en las plantas de tus pies!
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¡Apiádate de mí, Ana,
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antes de que sea demasiado tarde!
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¡No me empujes,
no me abandones!
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Ya he dicho que estoy cansado,
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necesito mi lugar
en la mesa de la familia.
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No tienen por qué enterarse
de lo nuestro.
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Renuncio incluso
a los hijos que podríamos tener.
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Basta con la casa vieja...
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y con redoblar las delicias
de nuestro amor.
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Reconoce conmigo
el origen de esa pasión antigua.
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Si nuestro padre en su gesto austero
quiso hacer de casa un templo,
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nuestra madre,
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rebosante de afecto,
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sólo hizo de ella
una casa de perdición.