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Troya ya es
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a una antorcha,
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a una hoguera grande,
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a sólo quedan los escombros.
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¡El tirano! ¡Fuera!!
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Esa gente bruta y así aprecia
a mí y a mi poesía.
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Que los pretorianos
se ocupen de ellos.
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¿Puedo contar
con los soldados?
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- Sí, Su Majestad.
- Pero son pocos.
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Quédate aquí.
Hay que tranquilizar al pueblo.
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¡Qué día! Un mar de fuego
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y un mar de gente.
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Diles algo, señor.
Promételes algo.
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Al populacho.
¿Quién me sustituirá?
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Yo.
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¡Mi fiel amigo!
Promételes lo que quieran.
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¡Petronio!
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¡Árbitro de elegancia!
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Ciudadanos...
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Ciudadanos...
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Quien oye mis palabras,
que los repita a los de atrás.
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Os recuerdo
que sois humanos, no animales.