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Vírgenes.
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Jóvenes vírgenes.
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Criaturas puras.
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¿Las compraron por eso?
-¿Y por qué si no?
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¿No fue por algo sexual?
-¿Algo sexual?
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Ya habían superado esa fase.
Lo sé de buena tinta.
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No, no es la belleza.
La elegancia.
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Una obra que ha de escapar del tiempo
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¿Pero quién era el hombre tras la máscara?
-El alquimista.
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¿Quién?
-El alquimista.
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Ronda los aledaños de la prisión
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y succiona las almas de sus
víctimas a través del espejo.
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No te rías, no te rías. Él tiene
el elixir de la vida. Eso seguro.
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Y necesitaba vírgenes para el elixir.
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Ese veneno ha afectado a su memoria.
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No sé por qué la escucho.
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Porque tienes miedo. Igual que
yo. Igual que Ernest.
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Igual que todo el mundo.
-Está delirando.
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Ten cuidado. Si tu reflejo
desaparece, estás perdido.
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Tu alma está perdida.
-Está loca.
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Las semanas pasaron.
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Ernest y los otros dos
siguieron llevándole vírgenes.
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Estaban acabando con ellas.
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Yo quería que parase.
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Sí, lo quería.
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Pero el opio era demasiado fuerte.
Más fuerte que cualquier otra cosa.
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A Ernest le carcomían
los remordimientos.
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Una noche dijo que
ya era suficiente.